El domingo seis de una fecha discordante
que media hora antes ha invadido mis oidos
me aisla, insulta y me estremece
hasta destrozar cinco de mis sentidos.
El canto de los niños en la sala,
música del alma mancillando los oidos.
En el patio desesperada
la anciana mueve su silla,
pretexto de una mujer vieja,
silencio de una esposa sin destino.
De nuevo el niño retorciendo la cintura
entre sus dedos las persianas descorridas.
El software inestable del comercio
el lápiz trazando líneas sin sentido,
las ventanas por las que uno ya no mira
más que en su vientre el poema dibujando la sonrisa.
Desaparecidos los niños
el silencio de la casa ha renacido.
El teléfono del anciano que anda ausente
que sobre dos ruedas el suelo examina.
En la sala sentada la vieja pensativa escucha
sorprendida el tono del teléfono inservible.
El ruido de los autos tatuado sobre mi frente.
Y en el fondo, la novena iluminando lo que escribo.
domingo, 28 de febrero de 2010
identidad
La mujer de la levita abrochada le entregó su última frase, hizo señas al cochero y con la mirada vidriosa abordó el taxi.
Cambió de dirección y se puso a andar poco a poco.
Cambió de dirección y se puso a andar poco a poco.
domingo, 21 de febrero de 2010
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